martes, 24 de julio de 2012


LA PINGA DEL LIBERTADOR
                A propósito de las fiestas patrias cabe mencionar a Ricardo Palma y sus “Tradiciones en salsa verde”  y específicamente la tradición “La pinga del libertador”. Sin embargo, un desatinado concepto de moralidad hace imposible que se conozca íntegramente al tradicionalista. Se cuenta.
                Tan dado era Don Simón Bolívar a singularizarse, que hasta su interjección de cuartel era distinta de la que empleaban los demás militares de la época. Donde un español o un americano habrían dicho: ¡Vaya Ud. al carajo!, Bolívar decía: ¡Vaya usted a la pinga!
                Histórico es que cuando en la batalla de Junín, ganada al principio por la caballería realista que puso en fuga a la colombiana, se cambió la tortilla, gracias a la oportuna carga de de un  regimiento Peruano, varios jinetes pasaron cerca del General y, acaso por alagar su colombianismo, gritaron: ¡Vivan los lanceros de Colombia! Bolívar, que había presenciado  las peripecias todas del combate, contestó, dominado por justiciero impulso: ¡La pinga!  ¡Vivan los lanceros del Perú!
                Desde entonces fue popular interjección esta frase: ¡La pinga del libertador!
                Este parágrafo lo escribo para lectores del siglo XX, pues tengo por seguro que la obscena  interjección morirá junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, como  desaparecerá también la proclama que el general Lara dirigió a su división al romperse los  fuegos en el campo de Ayacucho: "!Zambos del carajo! Al frente están esos puñeteros  españoles. El que aquí manda la batalla es Antonio José de Sucre, que, como saben ustedes,  no es ningún pendejo de junto al culo, con que así, fruncir los cojones y a ellos".
                En cierto pueblo del norte existía, allá por los años de 1850, una acaudalada jamona ya con  derecho al goce de cesantía en los altares de Venus, la cual jamona era el non plus ultra de  la avaricia; llamábase Doña Gila y era, en su conversación, hembra más cócora o fastidiosa  que una cama colonizada por chinches.
                Uno de sus vecinos, Don Casimiro Piñateli, joven agricultor, que poseía un pequeño fundo  rústico colindante con terrenos de los que era propietaria Doña Gila, propuso a ésta  comprárselos si los valorizaba en precio módico.
-Esas cinco hectáreas de campo -dijo la jamona-, no puedo vendérselas en menos de dos  mil pesos.
-Señora -contestó el proponente-, me asusta usted con esa suma, pues a duras penas puedo disponer de quinientos pesos para comprarlas.
-Que por eso no se quede -replicó con amabilidad Doña Gila-, pues siendo usted, como  me consta, un hombre de bien, me pagará el resto en especies, cuando y como pueda, que  plata es lo que plata vale. ¿No tiene usted quesos que parecen mantequilla?
-Sí, señora.
-Pues recibo. ¿No tiene usted vacas lecheras?
-Sí, señora.
-Pues recibo. ¿No tiene usted chanchos de ceba?
-Sí, señora.
-Pues recibo. ¿No tiene usted siquiera un par de buenos caballos?
                Aquí le faltó la paciencia a don Casimiro que, como eximio jinete, vivía muy encariñado  con sus bucéfalos, y mirando con sorna a la vieja, le dijo:
-¿Y no quisiera usted, doña Gila, la pinga del Libertador?
Y la jamona, que como mujer no era ya colchonable (hace falta en el Diccionario la  palabrita), considerando que tal vez se trataba de alguna alhaja u objeto codiciable, contestó  sin inmutarse:
-Dándomela a buen precio, también recibo la pinga.
                Seguro que al terminar de leer la pinga del libertador muchos lectores se habrán ruborizado aduciendo lisura al pícaro bibliotecario mendigo, no obstante, estas tradiciones conciben a nuestros libertadores como más humanos, más reales, más vivos.  Cuando el autor menciona que las interjecciones morirán junto con el último nieto de los soldados de la Independencia, se equivocó; pues los términos permanecen tan frescos  como antes. La libertad del lenguaje y el término preciso, común en nuestros clásicos, cedió ante la gazmoñería, el convencionalismo y el falso pudor que los prohíbe, sin embargo, acepta extranjerismos de poco arraigo y efímeros. Entonces a 191 años de la proclama de la independencia y a 188 años de la batalla de Junín (6 de agosto de 1824) es necesario el lenguaje varonil que utilizó Bolívar (¡Vaya usted a la pinga!) para ganar todas las batallas restantes como el sometimiento, la corrupción, la injusticia y la delincuencia.
Orlando Luján Corro
Educador y Poeta
aoluco_79@hotmail.com